- El dichous, día machor
- dels pasats y dels presents,
- resibiem el Señor
- y anaven en gran fervor
- visitant els Monuments
- ………………………………
- En el demá, a veu en grit,
- cantant salmos de David,
- marchaven a un Santuari,
- ahon se resava el rosari
- y la orasió de la nit.
Navarro
Es justo reconocer como pórtico de entrada a la Cuaresma en Novelda el «Triduo de las Cuarenta horas», por el especial significado de la procesión del martes, inmediato anterior al miércoles de ceniza, que pone broche final a dicha celebración, particular privilegio del que carecen las poblaciones circunvecinas y que, aunque no hemos tenido acceso al documento original de su concesión, nos consta es la «única que en este día se celebra en nuestra diócesis, a consecuencia de un voto que hicieron nuestros antepasados, con motivo de haberse librado de la devastadora plaga de la langosta, que amenazaba destruir a nuestros hermosos campos. Por dicha causa, esta procesión ha sido la más grandiosa a cuantas se celebran en esta ciudad, siendo la admiración de todos los pueblos circunvecinos, que en gran tropel venían a presenciarla[1].»
No eran extrañas en otro tiempo, en efecto, este tipo de plagas[2]. Baste citar, a modo de ejemplo, la que se produjo en abril de 1708, que vino a agravar la situación derivada de las consecuencias de la guerra de Sucesión. El Llibre de Gastos del Clavari, del Archivo Municipal, recoge el siguiente apunte el 24 de dicho mes: «En dho día pago con libranza diecinueve libras diez sueldos y siete dineros por el gasto de seis días han salido los vezinos a quemar langosta.» El siguiente mes de mayo persistía el problema, porque el día 10 el citado libro recogía la siguiente anotación: «En dho día pago con libranza dos libras dieciocho sueldos y nueve dineros por el gasto se le hizo al Pe Fray Phelipe Sirugeda que vino a conjurar la langosta.» Finalmente, la última referencia a dicha plaga se contiene en el mismo mes de mayo: «En 12 de dhos pago con libranza diez libras onse sueldos y nueve dineros por la sera se ha gastado en las Procesiones onse que se han hecho para conjurar la langosta.»
El origen de las Quarantore habría que buscarlo en las preces litúrgicas que hacían referencia a la conservación, en una forma de sepulcro, de las especies eucarísticas, animando a los fieles a rendirles culto, como habrían hecho las almas piadosas que hubieran tenido ocasión de velar el sepulcro de Cristo en las cuarenta horas comprendidas entre el mediodía del Viernes Santo y la aurora de la Resurrección. Estas preces ya estaban presentes en el siglo XIII, con el nombre de Quadraginta horarum Oratio. Históricamente se ha practicado en dos formas diferentes: una, la adoración de forma ininterrumpida a lo largo del año, y otra, de forma esporádica, fuera de la Semana Santa, con propósito de especial propiciación y expiación, que se remonta a 1527, en Milán, por iniciativa de la Compañía del Santo Sepulcro, según sugerencias de Antonio Bellolti di Ravenna y, a su muerte (1528), le dio nuevo impulso Tomasso di Nieto. El capuchino Giuseppe Plantanida da Ferno di Gallarate y la orden de los jesuitas la extendieron fuera de Milán. La ciudad de Macerata fue la primera población donde se contrapuso a las fiestas del Carnaval. El Papa Paolo III aprobó esta práctica con un breve apostólico del 28 de agosto de 1537 y la enriqueció con las primeras indulgencias. El Papa Clemente VIII la aprobó y recomendó formalmente como ejercicio de expiación y propiciación con su Bula Graves et diuturnae del 25 de Noviembre de 1592. Urbano VIII con la encíclica Aeternus rerum conditor de 6 de Agosto de 1623 prescribió a todas las iglesias del mundo católico la celebración de las Cuarenta horas, pero fue Clemente XI quien la introdujo en la liturgia el 25 de Enero de 1705 con el nombre de Istruzione clementina.
En Novelda, de la programación prevista para las mañanas del Triduo de las Cuarenta horas sólo es de destacar, desde el punto de vista musical, la del último día[3]: una Misa «Auxilium Christianorum», de Francesc Brunet Recasens (1861-1939), a tres voces, quinteto de cuerdas y trompas. Por la tarde de ese mismo día el programa incluía el «Trisagio nº 1», a cuatro voces, de Vicente Díez Clemente (Novelda 1898- Novelda 1969), el «Anima Christi», motete a tres voces, el «Himno del XXII Congreso Eucarístico Internacional de Madrid» y estrofa, a ocho voces, del maestro Ignacio Busca Sagastizabal (1868-1950) y un «Credidi», a cuatro voces, para finalizar con el Himno a la Virgen de los Desamparados «Valencia Canta» (1923), del maestro José Serrano Simeón (1873-1941) y la «Salve Regina» popular o la de Ernesto Villar (Alicante 1849-Novelda 1916), a cuatro voces. En la procesión final intervenía como acompañamiento la banda de música local y, en los períodos en que no existía como tal la que se contrataba al efecto[4].
El «Septenario de los Dolores de la Santísima Virgen María» se celebraban anualmente, con anterioridad a la Semana Santa, en toda la Iglesia católica, con el fin de conmemorar las penas que padeció la madre de Dios y madre nuestra, por lo que durante los siete días que comprendía este santo ejercicio se cantaban sus dolores y sufrimientos.
En 1908 la prensa[5] comentaba en la siguiente forma la crónica correspondiente a ese año: «Los hermosísimos e inspirados Dolores del reputado músico R. Calahorra han sido magistralmente interpretados por la notable Capilla musical de esta parroquia, compuesta de pocos, pero selectos músicos de esta población, que dominan con gran perfección el instrumento que manejan. Los cantores también han rayado a gran altura, demostrando sumo gusto y maestría en la modulación de la voz. A todos felicitamos, y de una manera especial al Director de la misma D. Arturo Marosi, inteligente organista de dicha parroquia, que en unión del celoso Sochantre de la misma, D. José Mª Navarro Cañizares, han contribuido a la formación de tan importante entidad musical que, dado el inteligente elemento que la compone, estamos seguros obtendrá verdaderos y señalados triunfos en cuantas funciones religiosas tome parte.»
Al año siguiente, dentro de la programación prevista de esta celebración[6], se indicaba: «Se cantarán con acompañamiento de orquesta y armonium, los inspirados dolores del maestro Calahorra, que son bien conocidos por haberse cantado ya otras veces en ésta, y, por primera vez, otros muy hermosos de D. Ernesto Villar, lo mismo que las llagas de Cristo, composición del mismo Sr. Villar, interpretados por [el tenor] José Mª Sala Azorín que, con sumo gusto, ha tomado parte en estas funciones.»
Las actuaciones musicales que se llevaban a cabo durante la Semana Santa en el primer tercio del siglo XX, se recogían en los semanarios locales con gran profusión. Los correspondientes al año 1.908[7] que se debían celebrar en la Iglesia Parroquial, preveían que para el Domingo de Ramos (día 12), a las ocho y media de la mañana, con asistencia del M.I. Ayuntamiento «tendrá lugar la bendición de las palmas y ramos, seguidamente la procesión, en la cual se cantará a cuatro voces el hermoso «Hosamna», de Codina[8]. Y el día 15 (Miércoles Santo), a las 3 y media de la tarde, solemne «Oficio de Tinieblas» «terminando con el inspirado «Miserere» del maestro Crevea[9], cantado por coro de veinte voces y con acompañamiento de piano y armonium que ejecutarán respectivamente el farmacéutico D. Francisco Antonio Cantó y D. José María Marosi[10]. Para el día siguiente, Jueves Santo, el programa incluía, por la mañana, Comunión general, amenizada con inspirados motetes y procesión al monumento para reservar el Santísimo, cantándose entonces el célebre motete del s. XVI «Domine JesuChriste», a 4 voces; y, por la tarde, a las cuatro (después del lavatorio de pies), y dentro del Oficio de tinieblas, como en la tarde anterior, el canto de «las profundamente patéticas «Lamentaciones» de Calahorra, Eslava y Ciria[11].» El Viernes Santo, por la mañana, se verificaba la procesión al Cementeri Vell para rezar el Via Crucis y, a su regreso a la Iglesia, se efectuaban los oficios propios del día, cantándose durante la adoración de la Cruz el motete «Popule meus», a cuatro voces, verificándose después la procesión para bajar al Señor del monumento. Por la tarde se realizaba la procesión del Entierro, con acompañamiento de la banda municipal.
La crónica semanal de esas celebraciones[12] comentaba «Las funciones religiosas de Semana Santa han revestido este año inusitado esplendor. El «Oficio de tinieblas» ha sido solemnísimo; el canto religioso soberanamente grandioso. Pero lo que ha llamado poderosamente la atención del numeroso público que escuchaba embelesado, ha sido el inspirado «Miserere» del maestro Crevea, henchido de sentimiento, interpretado magistralmente por D. Francisco Antonio Cantó Abad y D. José María Marosi que lo acompañaron a piano y harmonium, respectivamente, y cantado con exquisito gusto y esmerada afinación por un nutrido coro en el que descollaron el contralto D. José Pérez, el barítono D. Antonio Soria, y el tenor D. José Mª Navarro Cañizares, Pbro., en sus respectivos solos [del Salmo 50 de David]: «Tibi soli», «Amplius lava me» y «Benigne fac Domine». La extraordinaria concurrencia que asistió a estos actos religiosos quedó gratamente impresionada, y los inteligentes y aficionados a la música tributaron muy entusiastas y merecidas alabanzas.»
Es curioso leer en las crónicas de la Semana Santa de 1.911 que entre los actos propios del domingo de Ramos se incluya, además de la «Misa de Iranzo[13]», de 1.774, la «Passio secundum Mathaeum», a 4 y 6 voces, … de Ernesto Villar, bajo su propia dirección. Y, por si fuera poco, para el Viernes Santo, a las ocho y media, «se efectuarán los oficios propios del día, cantándose la «Passio secundum Joannem», del mismo autor, y durante la adoración de la Cruz se cantará el «Popule meus», a 4 voces.»
También en las Fiestas locales correspondientes a Julio de 1.908[14], el programa incluiría para el día 21 «Una Misa solemne, a las ocho, que oficiará la Orquesta de esta ciudad, dirigida por el notable compositor D. Ernesto Villar, exdirector de la Capilla de San Nicolás de Alicante[15], y en que se cantará una Misa de dicho maestro».
El que fuera Cura párroco de la ciudad, Federico Sala Seva, menciona en su libro «Recuerdos noveldenses y de la Guerra civil», que los Viernes Santo, al finalizar los «oficios de Tinieblas», partía de la Iglesia en dirección al «Cementeri Vell» una especie de romería, acompañando al Jesús crucificado y a la Virgen de la Soledad, cantando en el trayecto el salmo 113 «in exitu Israel de Ægypto», sobradamente conocido por quienes hayan acudido a Elche a presenciar el Misteri, y evocado, asimismo, por Dante en la Divina Comedia. Dicho salmo era costumbre cantarlo en los entierros y se considera una alegoría de la redención del hombre por obra de Cristo, gracias al cual el alma purificada se libra de la esclavitud de su condición terrena y alcanza la libertad de la vida eterna, por lo que cuando dicha romería llegaba al «Cementeri Vell» se simulaba el entierro de Cristo y se volvía a entonar ese canto de la espera y la esperanza.
El repertorio musical del Coro Parroquial incluía motetes principalmente de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594): «Accepit Jesus Calicem»; «Omnes Amicis eius»; «Christus factus est» (motete a 4 voces); «Adoramus te»; «Popule meus»; «Panis Angelicus»; «Pange lingua» y «Tantum ergo». De Bartholomeo Cordans (ca. 1700-1757) «Parce quaeso bone Deus». El motete «Domine Jesu Christe» (a 4 voces), posiblemente del Ofertorio de la «Misa pro defunctis» de Francisco Guerrero. La preghiera «Pietà Signore», de Alessandro Stradella (1639-1682); el «Septenario a los Dolores de la Santísima Virgen» (a dos voces), de Remigio Calahorra (1833-1890); el mencionado «Miserere» de Crevea y dos motetes, cuya autoría desconocemos, que llevan por título «Enmiéndate pecador» (a 3 voces) y «En la calle de Amargura».
Salvo en el caso, ya aludido, de Ernesto Villar, quien, por su condición de director de la Capilla, pudo incluir en la programación sus propias composiciones, no nos consta, sin embargo, la interpretación de obras de la Semana Santa de autores locales o afincados aquí. Tal es el caso de Eleuterio Parra Bernabeu (Benejama 1850–Novelda 1927), cuyas interesantes partituras de los «Responsorios» 4º (Tamquam ad latronem existis cum gladiis); 5º (Tenebrae factae sunt dum crucifixissent Jesum Judei); 6º (Animam meam dilectam tradidi in manus iniquorum); 7º (Tradiderunt me in manus impiorum); 8º (Jesum tradidit impius summis principibus sacerdotum et senioribus populi), han llegado hasta nosotros. Igualmente disponemos, afortunadamente, de sus «Lamentaciones» (1ª, 2ª y 3ª) del Profeta Jeremías, fechadas en 1915.
Otros compositores, como Gomis, disponían también, en su repertorio, de obras propias de la Semana Santa («In monte Oliveti»; «las siete palabras de Cristo en la cruz»; «O Salutaris» (motete para voces solas); «Himno a la cruz»: «Vexila Regis» (a 4 coros mixtos). Juan Benlloch Mestre (Valencia 1873 -1945) («Laus Deo»; «Credidi»). Ernesto Gómez Belló (Novelda 1892 – Elche 1966) («El Hijo de Dios amante»).
La publicación en 1903 del Motu proprio «Tra le sollicitudini» de Pio X, tuvo, indudablemente, gran repercusión en la interpretación de la música religiosa de su tiempo[16] (primacía de las voces varoniles, del canto gregoriano, etc.). A título de ejemplo, hacemos mención de lo preceptuado en su artículo 14 «… y que si el coro se halla muy a la vista del público, se le pongan celosías…» Todos, creo, recordaremos aún las celosías del coro y del balcón del órgano, que se suprimieron en el año 2004.
En todo este tiempo, la figura del organista como vértice del movimiento musical comienza a perder protagonismo y, al igual que el «Coro parroquial» van dejando paso, poco a poco, a lo que se viene en llamar por los propios interesados «Capilla musical de la parroquia» que, bajo la dirección del organista, incluye, por una parte, el Coro parroquial y, por otra, un pequeño grupo de instrumentistas de cuerda, acompañados por órgano, armonium o piano. Ya nos hemos referido anteriormente a la calidad de la Capilla parroquial, que mereció los mayores elogios de la prensa local[17]: «La Capilla musical, dirigida por el Sr. Sochantre, D. José Mª Navarro Cañizares, e integrada por los consumados músicos D. Arturo Marosi, D. Vicente Domarco y D. Pepito Gijón, que les acompañaron con el armonium y violines, han dado muestra de sumo gusto musical, desempeñando con gran acierto sus respectivos papeles, resultando todo aquello una verdadera Capilla, digna de poderse presentar en los más grandiosos templos.»
En el año 1911, la prensa local hace referencia a que «en la notable Capilla musical de esta Parroquia, que con tanto acierto dirige el reputado organista de la misma D. Arturo Marosi, han entrado a formar parte nuevos y valiosos elementos, que han contribuido a nutrirla de voces e instrumentos, que la han hecho más completa que en años anteriores.» En esta época los músicos a que se hace referencia eran (además de los que se han indicado para el órgano, armonium o piano) Vicente Domarco, violín, José Gijón y Manuel Díez. Es de destacar también, como solistas, las actuaciones de Procesa Belda Fuerte, el tenor Manuel Pastor y José María Sala Azorín. Pero a quien la prensa de ese tiempo[18] sitúa por encima de todos es al barítono Miguel Amorós, que asegura haber cosechado muchos éxitos tanto en España como fuera de ella. Además de intervenir en las Fiestas del Barrio de San Roque, cantando la «Misa de Lorenzo Perosi», con acompañamiento de orquesta, llevó a cabo en Novelda un concierto vocal en el Teatro Nuevo. El repertorio de la Capilla[19] comprendía, entre otras, obras de Perosi, Iranzo, Palestrina, y Oreste Ravanello.
Paulatinamente, ese primer centro de promoción y mantenimiento de Coros, constituido por la Iglesia, perderá protagonismo en beneficio de otras iniciativas que tendrán su origen en los Colegios, partidos políticos o, incluso, la inquietud de los propios aficionados.
En los años de preguerra el Coro parroquial, dirigido por Juan López Sellés, y con la ayuda del grupo de instrumentistas (Vicente Domarco Escolano, Mario Díez, …), encabezado por el organista Vicente Díez siguió prestando su apoyo en las distintas celebraciones religiosas.
El número extraordinario del periódico «La Acción» de 31 de marzo de 1931, hacía referencia al acompañamiento musical en la procesión del Viernes Santo, indicando que el paso del Cristo crucificado con Santa María Magdalena arrodillada al pie de la Cruz, iba acompañado por una masa de cantantes, entonando preciosos motetes y lamentaciones, mientras el Santo Sepulcro iba acompañado por la banda de música, interpretando marchas fúnebres. Otros pasos, como el de Jesús caído[20] o el de la Flagelación, incorporaban bandas de cornetas y tambores, bandas de música desgranando sentidas composiciones musicales, y la masa coral, no faltando alguna saeta, que alguien cantaba «con la voz velada por la emoción».
No obstante, la década de los treinta resulta de especial dificultad para el ejercicio de la libertad de culto. El año 1934 la prensa local recoge con natural alegría la noticia de la autorización gubernativa, a pesar de la oposición del alcalde, de la celebración por las calles de Novelda de la procesión del Domingo de Resurrección que, durante los tres últimos años no había podido llevarse a cabo. Aun así a la salida, a las ocho de la mañana, de la procesión se pudieron escuchar algunos gritos de ¡Viva la República! y, más tarde, a la entrada en el templo algunas personas increparon a los Guardias del orden, ya que el gobernador, en previsión de incidentes, había desplazado a la población un camión de guardias de asalto y algunas parejas de la Benemérita.
El gran músico local José Ramón Gomis publicaba el 14 de abril de 1934 en el semanario Proa, sus impresiones de una visita a una vieja catedral castellana, en el momento en que se iniciaban las vísperas sabatinas y daba comienzo a sus cantos el coro y que, considero, merecen ser reproducidas, porque reflejan, en cierta forma, el ambiente de espiritualidad y recogimiento que se desprendía de las celebraciones de la Semana Santa:
«… una voz quejumbrosa y amortiguada por el peso de los años, irrumpió en el profundo silencio, entonando el Deus in adjutorium meum intende, con que daban principio las horas canónicas de la tarde, invocación magnífica que el órgano, con majestuoso acento, contestó en salmódica melodía.
¡Oh, que bienestar sentía mi espíritu en aquel instante!. ¡Ciertamente, en el arcaico templo, escuchando la austera polifonía del canto litúrgico, y a solas conmigo mismo, con mis íntimos pensamientos, allí había hallado mi corazón un lugar donde reposar de las luchas mundanas…
A las antífonas semitonadas por el chantre, sucedieron los hermosos salmos de las Vísperas del sábado, cuyos vibrantes versículos pasan de siglo en siglo como eterna imprecación de la Humanidad al Altísimo… Laudate pueri Dominum, entonaba el coro. Sí; alabemos al Señor, enviador de todo lo existente, -me decía yo mismo, identificándome con el espíritu del salmo,- y digamos también con las hermosas notas del órgano: Sit nomen Domini benedictum… Sea bendito el nombre del Señor…
Y así, versículo tras versículo, salmo tras salmo, yo me extasiaba escuchando el magnífico diálogo del coro capitular con el fraseo sublime del órgano. (…) Terminaron los salmos y, aprovechando el momento en que el preste rezaba una oración, mi amigo me invitó a sentarme en el órgano. (…) Entonces escuché la voz del chantre que iniciaba el Ave maris stella, e inconscientemente puse mis trémulos dedos sobre el teclado, para expresar algo inexplicable, algo que tal vez fuera el reflejo de mi alma… (…) Jamás he experimentado más grande emoción que la que sentí en aquel instante, en que yo mismo, humilde músico, pero enamorado de mi instrumento predilecto, pude coadyuvar, con algunas notas sentidas en el fondo de mi alma, a ensalzar la belleza de la más hermosa criatura, de la Virgen Santísima.
No, no olvidaré jamás las Vísperas sabatinas de aquella tarde en que, por capricho del azar, encontré para mi alma desfallecida un acogedor refugio en la vieja catedral, escuchando los dulces acordes del soberano instrumento, los que, amalgamados con la nubes de incienso desprendidos del turibulo, me acercaron más y más a Dios en férvida plegaria … No, no te olvidaré jamás órgano divino, rey del sublime Arte, eco del mundo invisible, voz potente del mundo cristiano; porque con tus infinitos sonidos simbolizas la fe única que eleva al Cielo la silenciosa oración del creyente; porque yo te escuché con arrobamiento extático, juntas mis manos en imploración fervorosa; porque sentí penetrar en mi alma el ondulante eco de tus maravillosos ritmos, que me anonadaron en un mundo de recuerdos y añoranzas…»
[1] «El Cruzado», 20 de febrero de 1.909 y «El Nuevo Cruzado», 17 de febrero 1912.
[2] Ramón Cózar Gutiérrez: «La Administración municipal y el control de las plagas de langosta en Albacete a principios del siglo XVIII». Ensayos nº 18. Revista de la Facultad de Educación de Albacete. Págs. 47-60 (2003).
[3] Semanario «Proa» de 5 de mayo de 1934, nº 14; y «Proa» de 4 de mayo de 1935, nº 65
[4] Pau Herrero i Jover: «Historia de la Banda de música de Novelda «Sociedad Unión Musical La Artística»». Quaderns de la Mola nº 6 Any 1994; y «La música en Novelda: Notas para un estudio». Valle de las uvas. Vol. 1. 1992: «Asimismo [la Música] realzó con su presencia la procesión del Santo Entierro, que se celebraba por primera vez en Novelda el día de Viernes Santo de 1880».
[5] «El Nuevo Cruzado», nº 44 de 18 marzo 1.910 y nº 43 de 12 marzo 1.910.
[6] «El Nuevo Cruzado», 1 de abril 1911. [7] «El Cruzado», 11 de abril de 1.908.[8] Otros años se sustituye el «Hosamna» por el «Gloria laus» («a 4 voces desiguales») que se cantaba al regreso de la procesión, ante de entrar en la Iglesia.
[9] Vicente Crevea Cortés (Cocentaina 1812- Alicante 1879) ocupó el magisterio de Capilla de la Colegial de San Nicolás, desde el 26 de marzo de 1844 hasta el 13 de marzo de 1855. Entre sus obras cuenta con dos Miserere. Uno, para gran orquesta en mi bemol; y, otro, en do menor.
[10] Más conocido popularmente como Arturo Marosi Astor, reputado organista, dirigía magistralmente la Capilla parroquial («El Nuevo Cruzado», 4 de marzo 1911)
[11] Se refiere a «De Lamentatione prophetae Jeremiae» de Remigio Calahorra (1833-1899); Hilarión Eslava (1802-1878); y Evaristo Ciria Sanz (Calatayud 1802-1875).
[12] «El Cruzado», 25 de abril de 1.908.
[13] Se refiere a Agustín de Iranzo y Herrero (Aliaga 1748- Alicante 1804). Vid. «Agustín Iranzo, un aragonés en el Alicante del siglo XVIII». Juan Flores Fuentes. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1.991. Separata de Nassarre (Revista Aragonesa de Musicologia).
[14] «El Cruzado», 18 de Julio de 1.908.
[15] Las crónicas locales apostillaban: «Ernesto Villar, inteligente músico que actualmente desempeña el importante cargo de inspector de alcoholes de esta región, con residencia en esta ciudad.» Intervino regularmente en las actividades musicales de la población. «El Nuevo Cruzado», 18 de marzo 1911: «Se están verificando bajo la acertada dirección del reputado músico D. Ernesto Villar, los ensayos de los cantos con que se ha de solemnizar la Semana Santa en nuestra Parroquia.»
[16] Vid. Frederic Oriola Velló: «Los coros parroquiales y el motu proprio de Pío X: La diócesis de Valencia (1903-1936) ». Nassarre, 25, 2009, págs. 89-108; Mª Antonia Vigil Blanquet: «La música religiosa en el siglo XIX español». Revista catalana de Musicologia nº II, 2004, págs. 181-202.
[17] «El Nuevo Cruzado», nº 24, de 30 de Octubre de 1.909.
[18] «El Nuevo Cruzado», nº 168 de 10 de agosto 1.912.
[19] «Proa» de 27 de abril de 1935, nº 64
[20] «Proa» de 30 de marzo de 1935, nº 60
Amadeo Sala Cola